La Semana Santa de este año es muy especial para mí. Es mi primer año como Camarera del Cristo Yacente o El Señor de la Cama de Mula, como es conocido popularmente, y no hay ningún otro título que me haya hecho sentir tan orgullosa. Es curioso que coincida con el lanzamiento de este nuevo blog sobre Murcia y, por tanto, sea uno de los primeros post que escriba en él.

Mi abuela y Sánchez Lozano

La imagen del Cristo Yacente fue destruida en la Guerra Civil. Poco tiempo después de que terminara, mi abuela Encarnación le encargó al escultor José Sánchez Lozano que esculpiera una nueva. Para que el Cristo pudiera salir en la procesión hacía falta un paso o trono, como se llama en otras ciudades, y mi abuelo Pepe, su marido, se lo regaló. Imagino el esfuerzo que esto debió suponer para mis abuelos, sabiendo como había quedado su economía con motivo de la guerra.

En el siglo XX, Sánchez Lozano era el máximo representante de la Escuela Murciana de la imaginería de estilo Salzillo. Mi abuela, la persona con más devoción que he conocido, así que el resultado de su proyecto común fue una escultura preciosa en la que puede leerse “Me hizo Sanchelozano en Murcia a devoción de Doña Encarnación Cuadrado de Ladrón de Guevara”. 

La tradición

Desde que se hizo la escultura, mi abuela fue la camarera del Cristo Yacente, y cada año de su vida se ocupó de arreglarlo para salir en la procesión de Viernes Santo, de la que es el paso principal. Ella respetó toda la tradición que había en torno a la imagen: ir a limpiar al Señor, como ella decía, el Martes Santo; arreglarlo con flores y luces, el viernes y, además, cubrirlo con la sábana que se usaba en la imagen anterior, que debió encargar para la procesión su madre o su abuela. Solo había una tradición que nunca quiso seguir. En Mula, no sé si en otras ciudades, cuando la procesión pasa por casa de la Camarera, los anderos vuelven la imagen para que ella la vea de frente. Mi abuela siempre se negó, decía “¿Pero quién soy yo para qué Cristo se vuelva a mirarme? 

Modelo de Sánchez Lozano para la escultura del Cristo Yacente

Mi abuela y yo

Yo era su nieta mayor y, además, su ahijada, así que desde que cumplí los dos años me llevaba de su mano a limpiar al Señor a la iglesia del Asilo, donde estuvo la imagen hasta que este cerró y la trasladaron a Santo Domingo. Todos los Martes Santos yo era la encargada de limpiar la cara de Jesús, con los pañitos de hilo que ella traía en su bolso.  Luego, el viernes, íbamos a “arreglar el paso” poner las flores y las luces- se llamaban bombas- con mi madre, mi tía y mis hermanas, y siempre se unía alguna persona más de la familia. También venía Antonio, el regente del paso.

Antonio y Luisa

Mi recuerdo de muy pequeña es el de unas flores moradas de tela que habían hecho en la posguerra, cuando no debía haber mucho dinero para flores frescas. Antonio “el del Niño” y Luisa, dos personas muy cercanas a nuestra familia, ataban unas cañas a la base de las flores que luego íbamos colocando en el paso para decorarlo- mi hermana Aurora tiene todavía los lazos morados con los que se ataban. Afortunadamente, pocos años después, las flores eran frescas, pero el ritual de la caña se mantuvo hasta que mi abuela, Antonio y Luisa se hicieron demasiado mayores. Desde hace años, aunque nosotras colaboramos en la colocación de las flores, lo hacemos con un florista. 

Por qué soy Camarera

Por amor al Señor y en nombre de mi abuela

Ser camarera es un honor reservado a las mujeres de la familia, y mi abuela me hizo prometerle, desde que era muy pequeña, que cuando me tocara, viviera o no en Mula, yo sería la camarera. A mi me hacía muy feliz que me lo pidiera, pero ella, por si acaso, siempre me repetía lo mismo: Lo tienes que hacer por amor al Señor y en nombre de tu abuela. A ella tendría que haberla sustituido su hija, mi tía Paquita, pero murió. Mi abuela, cuando se hizo mayor, le pidió a mi madre, su nuera, que fuera ella su sucesora. Ella ha seguido fiel a la petición de mi abuela, pero este año ha cumplido 80 años y ha decidido que era el momento de pasarme el testigo.

Mi título más importante 

No puedo estar más emocionada. Mi relación con el Cristo yacente es muy especial. Tengo todo el respeto y la devoción que merece el hijo de Dios y a la vez, sobre todo cuando voy a limpiarlo, lo siento como si fuera mi hermano, un hermano mayor con el que he crecido y por el que siento gran admiración. Le hablo, le cuento mis cosas o le pido ayuda. En otros momentos, cuando le miro las heridas y la cara llena de dolor, entonces, me inspira una gran ternura. 

Esta Semana Santa será muy especial para mí y quiero dar las gracias a las personas que han compartido conmigo los Martes y los Viernes Santos de mi vida y que ya no pueden seguir haciéndolo, porque no están o porque se han hecho mayores: mi abuela, mi tía, mi madre, Antonio, el otro Antonio, Luisa, a los costaleros y a Jose María, el sacristán de San Miguel, encargado de poner las flores durante los últimos años de su vida. 

Las generaciones siguientes

En la generación siguiente, la de mi hijo, mi sobrino Ignacio acompaña al paso en la procesión como un homenaje a mi padre. Mi hijo y mis demás sobrinos lo han hecho alguna vez, espero que sigan los pasos de Ignacio. La mayor de esta generación es mi sobrina Mara, que ha ido con mi madre todos los años, desde muy pequeña, a limpiar al Señor y, además, es mi ahijada… Espero que el día que le toque ser Camarera del Cristo Yacente o El Señor de la Cama de Mula se sienta tan orgullosa como me siento yo.